lunes, 28 de diciembre de 2015

Chinos tejiendo canastas.


Conocí a un chino en Londres hace algunos años.

Él estudiaba un doctorado en historia, aunque no recuerdo bien en qué ámbito en particular.

El punto es que un día mientras tomábamos algo –él bebía desde un plato, por cierto-, me comentó que su padre tenía una pequeña empresa en China, en la que se tejían canastas.

Lo dijo solo como un dato, en todo caso, sin reflexiones sobre el tipo de trabajo o cuestionamientos sobre condiciones laborales o el número de gente que trabajaba en el lugar.

Recuerdo que en la conversación –bastante difícil por mi pésimo inglés-, intenté sacarle algo de información sobre la empresa de canastas. De hecho, hasta le pasé lápiz y papel para que dibujase una de las canastas que hacían.

-Eso no es importante –me dijo. Y se negó rotundamente.

Debimos conversar un par de veces más en los días que pasé allá y lo cierto es que no podía dejar de darle vueltas a la imagen de chinos tejiendo canastas.

De hecho, hasta soñé con chinos tejiendo canastas, mientras sucedían otras cosas en ese viaje, que me parecían en ese entonces, en extremo importantes.

Visto ahora incluso, a la distancia, tengo la impresión que todo lo que ocurrió en ese viaje, sucedió mientras un grupo de chinos tejían canastas, en silencio.

Así, hasta el día de hoy, cuando estoy en situaciones complicadas o que me afectan en demasía, trato de respirar hondo y mirar hacia un lado, donde los chinos esos que siguen el mismo proceso.

Quién sabe cuántos chinos, cuántos años o cuántas canastas…

Eso no es importante.

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