martes, 1 de diciembre de 2015

Herrero mata a su mujer con cuchillo de palo.


Porque no era el amor lo que él creía. En su casa. A plena luz del día. Herrero ataca a su mujer con cuchillo de palo. No fue fácil, nos dice. De hecho, hubiese preferido otra mujer u otra arma. No es que se arrepienta, sin embargo. Es solo que el daño es mayor, nos explica, mientras el arma es menos dañina. No tenían hijos, afortunadamente. Nunca quisieron tenerlos. Un hámster llamado Fortunato presenció el ataque. Le preguntamos al roedor y no negó nuestras hipótesis: todo fue por celos y decepción. Aunque puede ser en otro orden, por supuesto. Fortunato, en tanto, impactado, no baja de su rueda. Daños colaterales, creo que lo llaman. Todo por una disputa. Todo por esas emociones que tan poca cabida tienen aquí, entre estas líneas. Todo porque no era el amor lo que él creía. Y es que nunca tenemos aquello que buscamos. El mejor ejemplo está a la vista: el cuchillo de palo. No podemos acompañar fotografías pues estaba en resguardo policial. Después de todo, la mujer del herrero murió, y el cuchillo se transformó entonces en el arma homicida. Una lástima. Por último, decidimos interrogar al herrero para aclarar los hechos, pero por consejo de su abogado nos dijo con claridad: en boca cerrada no entran moscas. Mientras lo decía, sin embargo, una abeja se metió por una hendidura entre sus dientes y le picó el paladar. Por su reacción, creemos que era alérgico.

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