martes, 15 de diciembre de 2015

Bajo la ducha.


Moriré en una ducha. Bajo el agua. Las gotas seguirán cayendo y yo estaré abajo, muerto. Por otro lado, nadie sabrá que he muerto. En eso pienso antes de meterme bajo el agua. Moriré en poco rato, me digo. Esta ha sido una buena vida. A veces pienso más cosas, es cierto, aunque finalmente, solo son sensaciones. Nada concreto, me refiero. Solo el repaso de ciertas sensaciones que, llegado el caso, pueden llenar una vida. Yo, en cambio, las dejo ir, mientras cae el agua. Es como si le quitase el tapón a las sensaciones y uno se desangrara de ellas, ahí en la ducha. Una muerte, entonces, digamos sin adornos. Eso o un tipo de muerte, al menos. Cada noche. Bajo la ducha. El agua que golpea y reconoce en ti a un ser que ocupa espacio. Un agua que te delimita, entonces, mientras te desgasta poco a poco. Eso mientras te deshaces como el jabón. Desapareces bajo ella, me refiero, y no importa. A eso vas, además, cada noche. Es un rito necesario, incluso, si se quiere ver de esa forma.  O si se necesita ver de esa forma. Yo lo acepto así, al menos. Moriré esta noche. Mañana en la noche, moriré también. Siempre bajo el agua. Siempre aceptando esa muerte de la misma forma como aceptas la vida. Moriré en una ducha. El agua seguirá cayendo y yo estaré abajo. Esta ha sido una buena vida, diré. Alguna vez será la última.

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