Todo movimiento nos descubre,
escribió Montaigne.
Yo, sin embargo, consciente que el lenguaje es también movimiento, intento
a veces contrariar al francés, y usar los signos como mantas.
De esta forma, vengo hoy a presentarles algunas ecuaciones bíblicas.
Las sostengo a buena altura, sobre mi rostro, para que las vean bien.
Ahí verán ustedes si se animan a resolverlas.
* Si Jesús planteó que hay que perdonar a nuestro hermano 77 veces 7,
¿cuántas veces habría que perdonar a nuestro primo en segundo grado?
** Si el 4 es el número aplicado a la salvación de los gentiles (Hechos
10, 11-13), y el 6 es el número de generaciones en que se dan los
descendientes de Caín, descubra el número que representa la posible salvación
de uno de dichos descendientes. Expréselo como potencia.
*** Teniendo en cuenta que 7 son las promesas de Dios para Israel y que
8 son los milagros que habría realizado el profeta Elías, estime las
probabilidades de que Elías haya realizado a través de uno de sus milagros, sin
saberlo, una de las promesas de Dios a Israel.
**** Si 11 es el número de la incompletitud y el desorden (cuando los
jefes de Esaú fueron 11 no se logró el orden en su ejército y los 11 hijos de Jacob
denotan desintegración…) descubra con qué número debiesen multiplicarse para
pasar a formar parte de un sistema nuevamente organizado en función de la
potencia del 12.
Por último, teniendo en cuenta lo anterior, piense en las
probabilidades que tienen los signos, ya sean numéricos o lingüísticos, para
cubrirnos o descubrirnos.
Y es que finalmente, es la comprensión silenciosa y sin signos la que realmente nos
descubre ante los otros y ante nosotros mismos.
Es decir: no digas, no calcules, no mientas. No embellezcas ni afees.
No desnaturalices.
Todo el resto eres tú.
Como una X despejada.
Sé un cero, en definitiva...
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