“Querer encontrar la solución,
allí donde todo es enigma”
Pascal.
Nunca sabes lo que vas a pescar. Es decir, puedes
elegir carnadas y lugares específicos, pero lo cierto es que nunca sabes de
forma exacta qué es lo que vas a pescar. De hecho, a veces lo siento casi como
un acto de fe… y claro, puede ser por eso que nunca he pescado nada.
De todas formas, tampoco lo he intentado mucho.
Apenas en algunas ocasiones cuando me invitaron amigos, pero lo cierto es que
parezco contagiar mi mala suerte, pues nunca nadie ha atrapado nada pescando
junto a mí.
Con todo, hay algo que me resulta atractivo del
acto de pescar –o de ver pescar, al menos-, y se trata justamente de esa ignorancia
de lo que vas a atrapar… Es decir, ves el agua, la caña… y luego aparece ese
pescado que surge de ninguna parte.
O sea, aparentemente puedes calcularlo por el peso,
o quizá observarlo mínimamente mientras está siendo pescado, pero solo lo contemplas
realmente cuando sale de ahí. Desde bajo el agua. De ninguna parte.
Puede que no parezca preciso, lo admito. Que alguien
pueda discutir diciendo que el agua no sea exactamente “ninguna parte”, pero no
puede negarse que es de cierta forma un mundo ajeno, al que lanzamos
simplemente un anzuelo y esperamos a ver qué tipo de ser pica.
Quizá por eso, a veces siento oculto en este sencillo
acto, la esperanza que se tiene por querer hallar la solución, pero allí donde todo
es enigma… como decía Pascal.
Y claro, es entonces cuando pienso que, sin duda,
así también operan las palabras, a veces sin atrapar nada o en otras sacando a flote
un sentimiento, una idea, o hasta un recuerdo que no sabíamos, hasta “verlo”,
de qué forma existía.
Y es que finalmente, el pescado que aparece desde
ninguna parte, no ha existido –al menos para nosotros-, sin nosotros, pero su
repentina aparición nos hace dimensionar realmente aquello que desconocemos y
en cuya existencia tenemos, sin duda, esperanza.
Eso creo.
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