Ayer robé una ampolleta.

“Escribir sobre la enfermedad,

sobre todo si uno está gravemente enfermo,

puede ser un suplicio.”

R. B.

No sé bien por qué, pero ayer me robé una ampolleta. Una nueva, claro, en una tienda de esas gigantes donde dicen tener de todo para el hogar. Y claro, uno recorre y ve de todo y puede que hasta sea cierto aquello que prometen, aunque como no tengo propiamente un hogar –una biblioteca nunca es un hogar por sí sola-, no puedo corroborarlo fehacientemente.

Ahora bien, si lo pienso, no logro entender por qué hice aquel robo. Es decir, la ampolleta no valía gran cosa e incluso no la necesitaba imperiosamente, pero algo en mí me impulsó a hacerlo y acabé con la ampolleta en un bolsillo,  cuidando de no quebrarla y comprando algo igual de inútil, y de mayor valor, para ocultar el robo.

Horas más tarde –tampoco sé por qué, realmente-, me encontraba tomando unas cervezas en la casa de un amigo, con quien me encontré de casualidad.

Y bueno… debe haber sido después de vaciar la sexta cuando otro amigo llegó junto a tres chicas que venían ya algo borrachas.

Extrañamente, fue recién en ese momento que recordé que tenía la ampolleta en mi bolsillo, y la saqué con cuidado.

Luego pensé: mi bolsillo es pequeño y estrecho… llevo al menos dos o tres horas tomando cerveza, moviéndome de un lado a otro y sentándome incluso en el suelo… y esto sigue intacto…

Tomé entonces la ampolleta en mi mano y la miré… con ternura casi, podría asegurar… y admiré su fragilidad…

-Es una ampolleta hermosa –comenté, pero nadie me hizo caso.

Y claro, luego avisé que me iba y hubo algunos enojos porque supuestamente sobraría una chica y cosas de ese estilo…

-Sí me quedo, esto podría quebrarse… -señalé por última vez, excusándome.

Entonces, ellos abrieron la puerta, y me fui del lugar.