miércoles, 26 de mayo de 2021

Agua a hervir en una olla.


Como se había cortado la luz y hacía frío, decidí poner agua en una olla, para prepararme un café.

No tenía una olla adecuada para hervir agua, así que busqué una pequeña, simplemente, sin pensarlo demasiado.

Puse el doble de agua necesaria, como siempre hago, sin cuestionarme demasiado.

Una vez me cuestionaron diciendo que era un gasto de energía innecesario, pero lo cierto es que no me acostumbro a preparar siempre las raciones justas.

No sé, sin embargo, si al hablar de agua sea correcto hablar de raciones, pero al menos en mi caso me ocurría lo mismo con la cantidad de comida que preparo, y hasta con las cosas diarias que compro, y que muchas veces debo botar, sin consumir.

Esta vez, mientras veía el agua intentando hervir (no sé bien cómo decir eso), comencé a pensar en eso, mientras observaba.

Tal vez era porque el agua se dejaba ver -a diferencia de lo que ocurre con el hervidor-, pero lo cierto es que sentí equivocado, por primera vez, haciendo hervir agua para nadie.

Aún así, esperé a que hirviera, simplemente, y luego me serví el café.

En la olla, claro está, quedó agua suficiente para otra taza.

Me tomé el café así, recuerdo, parado frente a la olla, que seguía hirviendo, sobre el fuego.

Mientras se evaporaba el agua yo me tomaba el café, observando.

No recuerdo haber pensado nada más en especial.

Ambos terminamos, por cierto, prácticamente al mismo tiempo.

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