viernes, 7 de mayo de 2021

Dos edificios que se cambian de sitio.


Dos edificios que se cambian de sitio.

Dos edificios que se lanzan a andar.

A moverse por la ciudad, por un tiempo.

Y luego a abandonarla.

Lentamente, para no impresionar.

Lentamente, buscando no causar estragos.


Nadie los vio irse.

Nadie apreció su discreto caminar.

Solo se encontraron de golpe con un solar vacío.

Y es que cuando algo se marcha, deja siempre algún espacio.

Un vacío en que pasa a generarse una extraña fuerza.

Una energía que ataca, aunque no distingue a qué.

Hay que prepararse, para esos ataques de la nada.


Dos edificios que se cambian de sitio.

No entre ellos, no se trata de un enroque.

Aparecen en lugares cada vez más lejos, 
del centro de la ciudad.

Esa parece ser su trayectoria.

No cargan hombres dentro.

No los dirige sueño alguno.

Simplemente se alejan, para no regresar.

Para morir de pie, lejos de la vista de los hombres.

Para abandonarse a sí mismos, digamos.

Para sentir en cada uno de sus pisos el tiempo verdadero.

El paso del tiempo verdadero, me refiero.

No el de la ciudad.


Nadie sabe a dónde llegan.

Y es que nadie los busca.

Nadie sabe que se fueron, me refiero.

Y eso es algo que está bien.

Le duela a quien le duela, pero es algo que está bien.

La muerte, en cualquier sitio, es algo inevitable.

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