martes, 8 de noviembre de 2016

Conejos que nadie quiere ver.


No hablo de magos.

Aunque la comparación me es útil.

Me refiero a la idea que tienen algunos de enseñarte un truco que no has solicitado.

La foto de sus hijos, una anécdota de infancia, una aventura amorosa, tal vez.

Conejos que nadie quiere ver, por supuesto.

No lo digo con amargura en todo caso.

Se trata simplemente de pensar antes en lo que quiere ver el otro.

De hacer que la maravilla sea auténtica por aquello que se ha esperado.

Por ejemplo, si yo fuese mago, partiría preguntando al público qué es aquello que quiere ver.

Dejar claro qué quieren, en definitiva, que saque del sombrero.

No digo que todo sea posible, en todo caso.

Un mamut, por ejemplo, no lo saco ni aunque mandase a hacer un sombrero de la talla.

Pero claro, está la intención al menos.

Eso debiese valorarse.

La excepción a esto, sin embargo, lo hago con la naturaleza.

Y es que supongo que ella sabe qué es lo que necesitamos.

Frutas que caben en mi mano, ríos de agua fresca, cactus que florecen.

Esos conejos no los rechazo.

Un conejo mismo, incluso, viniendo de la naturaleza, no hay modo de no aceptarlo.

Aunque claro, aquí también se suma la tormenta, la oscuridad y el perro que te clava los dientes en la pantorrilla.

Pero eso no se dice.

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