viernes, 4 de noviembre de 2016

Robar algo que no necesites.


Vas y lo haces.

Sé que lo haces.

Robar algo que no necesites, me refiero.

Algo pequeño.

Algo que tal vez nadie, particularmente, necesita.

Algo que no signifique cosa alguna.

No sabes por qué.

No sabes para qué.

Comúnmente se trata de algo que luego queda olvidado.

Un sobre de jugo en polvo.

Una pintura de uñas.

Un dulce que ni siquiera te gusta.

Como si una grieta pudiese llenarse con esas cosas.

Como si con ellas tapásemos los agujeros de un bote.

Como si todo aquello pudiese servir de algo.

No me engañes.

No mientas.

Acéptalo.

Yo he visto esas cosas en tu cuarto.

Y yo también, por cierto, tengo de esas cosas en el mío.

Conozco lo que ocurre.

Pasa el tiempo y esas cosas quedan ahí.

Ni siquiera las botamos.

Ni siquiera las usamos.

Vivimos entre ellas y supongo que de alguna forma algo representan.

Sobre el escritorio.

Entre las ropas.

En un costado del cajón con cachureos.

Y es que no significan, es cierto, pero sin duda algo representan.

Como una señal de tránsito inexistente.

Como el dibujo de una palabra en un idioma obsoleto.

Me refiero a que las traemos aquí por alguna razón.

Debemos creer en eso.

Queremos creer en eso.

¿Y ahora...?

Ahora bebemos en tu cuarto y no puedes negar que lo sabes.

Hace calor esta noche.

Ambos hablamos de otras cosas, pero sabemos qué va a ocurrir.

Esas cosas, incluso, lo saben.

Y es que nos observan y nos conocen.

Tal vez por eso están ahí.

Como espejos para esas partes que no alcanzamos a ver.

Es decir... mañana yo me iré y esas cosas quedarán.

Entonces, yo volveré con aquellas que me esperan en mi cuarto.

No nos engañemos...

Guardemos silencio, tal vez, pero no finjamos.

Nada nos pertenece.

Nada puede pertenecernos.

Por eso no quiero saber tu nombre, mujer.

Y ese es el único gesto de amor que puedo ofrecerte, esta noche.

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