lunes, 16 de abril de 2018

En la oscuridad se arrancan los esclavos.

“Y nos negamos firmemente
a llamar poesía a la oscuridad”
L. C.

En la oscuridad se arrancan los esclavos.

Uno piensa que no tiene
y hasta aboga por sus derechos,
pero de pronto ves arrancar alguno
que lleva el signo de tu propiedad
marcado en la piel,
y es entonces cuando todo aquello
en que creías creer
se viene abajo.

En mi caso, por ejemplo,
apenas vi correr a uno
salí de mi casa
sin detenerme a pensar.

Busqué un cuchillo.

Corrí a la calle.

Incluso un vecino que apenas conocía
me prestó sus perros ,
que él mismo había adiestrado
para ocasiones como esta.

No se confíe,
me dijo.

A veces se piensa que solo ha huido uno
y nos encontramos luego
con que la cuadrilla completa
nos ha abandonado.

Yo asentí.

Sin entender, yo asentí.

Y es que en el fondo
ni siquiera sabía que tenía alguno,
me dije,
mientras corría tras él,
prácticamente a oscuras,
siguiendo a los perros
entre las calles.

Afortunadamente,
pocos minutos después,
los ladridos de los perros me avisaron
que lo habían cercado.

Lo tenían contra una pared,
aparentemente herido,
agachado y temeroso.
Cabizbajo.

Por favor aleje los perros,
me dijo,
sin levantar la vista.
Puede castigarme cuanto desee,
pero no deje que vuelvan a morderme.

Tú no me dices que hacer,
me escuché gritar entonces,
para mantener el orden.

Y claro,
los perros al oírme dejaron de ladrar
y el esclavo se puso de pie
y volvió cojeando hasta la casa.

Luego, ya en casa,
pasaron unas horas
y las cosas comenzaron a calmarse.

Me duché.

Planché mi ropa.

Dejé listas las cosas para el trabajo.

Finalmente,
puse el despertador
y le preparé comida a los perros,
para devolvérselos mañana
a mi vecino.

Entonces fue que escribí:

En la oscuridad se arrancan los esclavos…

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