martes, 10 de abril de 2018

En la fábrica.

“Los hombres huecos, pensó.
Debimos haber consultado poesías”.
Ph. K. D.

Vivimos en la fábrica durante tres semanas.

Despejamos unas oficinas y las limpiamos para evitar cualquier problema.

Yo en una oficina y ella en otra.

Ambos llevamos sacos, pero ella además una almohada y un par de frazadas.

Con la excusa del frío, sin embargo, comenzamos a dormir juntos desde el tercer día.

Los ratones se alejaron hasta las salas más lejanas y solo quedamos nosotros y un centenar de figuras de yeso.

La mayoría eran figuras incompletas, con algún tipo de daño que impidió venderlas en su momento e incluso desanimó a quienes las robaban.

Ella sacaba fotos y yo escribía.

Habíamos llevado comida y en la fábrica todavía había agua y hasta funcionaban unas duchas.

Tal vez eso facilitó las cosas.

Ella estaba contenta con sus fotos y yo alcancé a escribir cerca de trecientas páginas.

Todo estaba bien hasta que un día a ella la mordió una rata.

No pensamos en la gravedad, pero a las horas tuvo fiebre y tuve que llevarla a urgencias.

Ahí fue necesario contactar con su familia.

Ellos entonces denunciaron y me detuvieron detenido durante un par de días.

Luego se desestimó el asunto.

Los padres se la llevaron a México por unos meses y ella luego se arrancó hacia Cuba.

Ante el apuro, nunca volví a recuperar mis escritos y supongo que ella tampoco lo hizo por su cámara.

Además, a los pocos días cerraron definitivamente la fábrica y semanas después comenzaron a construir un edificio de departamentos.

Tal vez solo fue una excusa, pienso ahora, para vivir unas semanas entre figuras de yeso.

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