domingo, 29 de abril de 2018

Dibujo un cuadrado.


I.

Dibujo un cuadrado y lo observo.

De verdad dibujo un cuadrado y lo observo.

Podría escribirlo y no hacerlo y por eso lo aclaro.

Porque no me gusta mentir, de hecho, dibujo el cuadrado.

Porque esa es la única verdad de la quiero hablar, en esta ocasión.

Y quiero exponerla, ante ustedes, sin vergüenza.


II.

El cuadrado es pequeño y está, más o menos, en el centro de una hoja.

Debo hacer muchas otras cosas, pero elijo dibujar el cuadrado.

En este sentido, ese cuadrado representa lo que elijo hacer, con mi vida, en ese momento.

Y claro, de paso también representa lo que elijo no hacer.

Por eso algo duele cuando observo ese cuadrado.

Porque de cierta forma es un pozo pequeño y una celda.


III.

Si pudiese, abrazaría ese cuadrado.

Pondría incluso mi cabeza sobre él, y pediría una caricia.

No necesito un rostro ni una voz, me bastaría con ese cuadrado.

Unos minutos, tal vez.

Un minuto, incluso.

O poco menos.


IV.

Parece pequeño, pero Dios cabe en ese cuadrado.

Mi vergüenza cabe en ese cuadrado.

Lo que esperé de la vida, alguna vez y lo que he intentado dar otros.

Todo cabe en ese cuadrado.

El universo y su silencio.

Y hasta la gran pregunta.


V.

Observo el cuadrado.

Lloro un poco ante él, como ante ustedes.

Me repongo y escribo y apoyo mi mano sobre él.

Espero un milagro.

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