domingo, 1 de abril de 2018

Dos moscas.


Veo dos moscas.

Veo dos moscas en un vidrio.

Dos moscas en un vidrio jugando al cachipún.

Las miro atentamente.

Una saca piedra y la otra papel.

La que sacó piedra parece molesta.

La que sacó papel parece darle alguna orden.

Entonces la que sacó piedra vuela desde el vidrio y se me posa en un brazo.

Antes de que yo reacciones regresa al vidrio, junto con la otra.

Se ponen frente a frente y vuelven a  jugar al cachipún.

Ahora la que sacó piedra saca tijera y la que había sacado papel saca piedra.

Entonces la que ahora ha sacado tijera parece aún más molesta.

Y claro, la que ahora sacó piedra parece encomendarle alguna misión.

De inmediato, la que en última instancia sacó tijera vuela hasta mí y se me posa en la nariz.

Luego, nuevamente antes de que reaccione, regresa junto a la otra mosca.

Se disponen a jugar nuevamente.

Es en ese instante cuando comprendo lo que están haciendo.

Así, mientras las veo jugar intento pensar contra quién dirigir mi venganza.

¿Contra la que pierde y es enviada hacia mí, o contra la que da las órdenes, tras vencer, desde el vidrio?

No alcanzo a responderme cuando la que ya ha perdió dos veces es derrotada por tercera vez.

De inmediato, me pongo de pie, no dándole tiempo a reaccionar ni acercarse hasta mí.

Entonces, de un solo movimiento atrapo a las dos moscas con una de mis manos.

Voy hasta la cocina, saco un vaso de vidrio y las dejo en él, bloqueando su abertura.

Luego, les busco la mirada tras el vidrio.

Parecen entenderme.

Contamos hasta tres y ellas sacan tijera y yo papel.

Las veo abrazarse, dentro del vaso, por su victoria.

Yo, en tanto, las dejo que festejen un rato antes de iniciar represalias.

Y hago una pausa, para escribir en el blog.

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