sábado, 7 de abril de 2018

Todos esos.


Eran hombres, todos esos.

De lejos, incluso, todavía lo parecen.

Y es que todo, desde lejos, parece ser lo que era.

Las luces en la ciudad.

El ilusorio movimiento, en las calles.

Pequeños ruidos que nos llegan, desde distintos sitios.

Los semáforos cambiando sus colores.

Las nubes desplazándose de un lugar a otro.

La lluvia que cada cierto tiempo irrumpe sobre todo.

Y el sol que seca más tarde esa misma lluvia.

Y es que de cierta forma, cada forma parece estar en su sitio correcto.

Las tiendas repletas de provisiones.

Los escasos ríos, fluyendo aún, sobre sus cauces.

Los regadores automáticos.

Y hasta los relojes que difieren entre sí, por no más de diez minutos.

Quién lo hubiese creído.

La caída fue tan suave que ni siquiera pareció caída.

El eco se escucha aún, sobre el silencio.

La maleza creció entre los bloques de cemento.

Los satélites.

Las sombras.

Los puentes que nadie cruza.

Y las hormigas bajo tierra.

El mundo entero, si se quiere, como un incienso que suavemente se consume.

Un incienso que se quema, esta vez, en una iglesia vacía.

Por último, allá abajo, un hombre de metal que descansa.

Y otro, piadoso, que ha puesto dos monedas de carne, sobre sus ojos.

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