sábado, 28 de abril de 2018

Seiscientos dos.


I.

Conté estrella una vez.

Creo que llegué a seiscientos dos.

Luego me confundí y pensé que estaba contando nuevamente las primeras.

Por eso decidí parar.

Para no engañarme, me detuve.


II.

Otras veces he contado piedras.

También árboles, hojas y hasta hormigas.

A veces me pregunto para qué lo hago.

Y la respuesta más honesta resulta ser bastante simple:

Debe ser, simplemente, por salir de uno mismo.


III.

No me asustan los números.

No hacen daño.

Tal vez por eso también, es que siempre estoy contando y haciendo listas.

Las palabras en cambio, me cuestan cada día más.

Incluso escribir, hace unos años, se ha vuelto una experiencia dolorosa.


IV.

Desde hace unos años escribo como si mirase hacia el suelo.

Sin levantar la vista, me refiero.

Sin el orgullo de la fiebre o la verdad.

No es que mienta, pero no levanto la vista.

Si la levanto tendría que quemar el mundo.

Y tengo miedo.


V.

Me duele el pecho cada vez que cuento cosas.

Y es que en el fondo sé, que de esa forma evado, enfrentarme a su significado.

Al sentido de esas estrellas, por ejemplo, o a las piedras que están ahí hace millones de años.

Por lo mismo, mi palabra se mantiene fría porque prefiero eso a la tibieza.

Cada día, sin embargo, supongo que me acerco más al número que hará estallar el grito.

Ese es mi temor, mi razón y mi esperanza.

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