martes, 5 de junio de 2018

Arañas imaginarias.


I.

T. me dice que le teme a las arañas imaginarias.

No a las reales, que a esas las mata, sino a las imaginarias.

Por eso, no solo examina los rincones o tras los muebles, sino que busca también en otros sitios.

Nunca ha encontrado alguna, pero justamente eso es lo que más lo asusta.

Una vez conversando me dijo que las arañas, esperan siempre al final del camino.

Lo malo es que nunca se sabe, sin embargo, cuál aquel final, ni cuál es el camino.


II.

Una vez le pedí a T. que dibujara una araña imaginaria.

Así si la imagino, puedo avisarte, le dije.

T. tomó el lápiz, afiló la punta, y se lo clavó en una mano.

Hubo que llevarlo al hospital aquella vez.

¿Así son las arañas imaginarias?, le pregunté.

No, me dijo.

Esto no es nada.


III.

Pasó el tiempo y para que no internaran, los padres de T. decidieron enviarlo al norte, con una de sus abuelas.

T. no volvió a clavarse lápices y, si bien temía a las arañas imaginarias, podía hacerlo en silencio, sin necesidad de levantar mayores sospechas.

Yo lo visité una vez y me dijo que en el fondo nada había cambiado.

Fue entonces que le confesé, que yo creía en las arañas imaginarias.


IV.

No hay mérito en creer en lo imaginario, me dijo.

Ni las arañas, ni Dios, ni la muerte, necesitan de tu fe, ni de tu miedo.

T. murió hace unos días, por una fiebre que nadie supo explicar.

No hay mérito en creer en lo imaginario, me dijo.

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