domingo, 24 de junio de 2018

La niña encontró una ardilla.


Durante el almuerzo, la niña dijo que encontró una ardilla.

Nadie lo tomó muy en serio porque en el sector no había ardillas y además porque no especificó que la había guardado en una caja.

La niña almorzó rápido ese día y se encerró en la pieza a jugar con el animal.

La sacó entonces de la caja y la hizo caminar por la habitación.

Pensó en ponerle nombre, pero luego se dijo que no debía hacerlo.

Eso solo servía para encariñarse y esa ardilla no parecía que iba a durar viva mucho tiempo.

La anterior, por ejemplo, apenas había durado unas horas luego que le arrancó los brazos.

Además, luego de arrancárselos, prácticamente había dejado de moverse y solo gritaba y se retorcía en el lugar.

La niña había creído incluso escuchar palabras dentro de los gritos de la ardilla y las había escrito un papel.

Las había leído antes de dormirse y aquello le pareció una oración, o hasta un poema.

Esta vez quería ahorrarse esas molestias así que, si la mataba, lo haría dentro de la misma caja.

Así la sangre no mancharía la alfombra y siempre estaba la tapa por si se cansaba de ver retorcerse al animal.

Tomó entonces la ardilla y le contó cuáles eran sus planes.

Mientras le hablaba, le pareció que el rostro de la ardilla era igual al de su madre, y hasta al de su abuela.

Incómoda, volvió a meter la ardilla a la caja y pensó que tal vez era conveniente acelerar el desenlace.

No parece tener ganas de jugar, se dijo la niña.

No son buenos animales.

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