miércoles, 11 de enero de 2023

Vivió en Noruega por dos años.


Vivió en Noruega por dos años. Lejos de cualquier ciudad. En un lugar destinado para la protección de alces que supuestamente vivían en la zona. Durante los dos años en que estuvo vio tres alces. A lo lejos, los vio. Todo lo demás eran árboles. De tipos distintos, por supuesto, pero él no sabía de aquello. También vio nieve. Mucha nieve, el primero de esos años.

En principio, había postulado a un trabajo de pastor en Nueva Zelanda. Ofrecían cubrir todos los gastos y al mismo tiempo se comprometía un muy buen sueldo que podría ahorrar. Había investigado sobre el clima y las ciudades cercanas. Reforzó lo que sabía del idioma. Aprendió sobre ovejas, que es lo que debía cuidar. No le había parecido un mal trabajo.

En Noruega, por otro lado, el sueldo tampoco era malo. Pero lo cierto es que nunca comprendió del todo lo que debía hacer. Solo una vez en ese tiempo lo visitó un “jefe”, que lo felicitó por su trabajo, sin que él supiese a qué se refería. Por otro lado, cada mes un tipo en moto -o en trineo- le llevaban víveres. Nunca pasó de un saludo con él. No tenía más contacto.

No tenía señal de internet, pero contaba con un teléfono satelital para emergencias -que nunca tuvo-, aunque le sirvió para llamar a sus familiares, cada cierto tiempo.

También tenía una tv en la que podían verse únicamente dos canales. Uno de deportes nórdicos, que él no comprendía bien, y otro en el que daban únicamente series policiales habladas en noruego o en sueco (le pareció), sin posibilidad de tener subtítulos en inglés o algún otro acercamiento lingüístico para poder entenderlo.

Durante su primer año tuvo varias crisis que intentó sobrellevar de la mejor forma. La mayoría, supuso, eran causadas por la extrema soledad que había en el lugar. Por suerte, ya el segundo año aprendió a sobrellevarlas de mejor forma. Comenzó a dar caminatas e hizo ejercicio. También disfrutó algunas series policiales, aunque no las entendiese muy bien.

Como única cosa extraña durante esos dos años -el trabajo no era renovable más allá por temas de visado-, una vez vio a un hombre caminando con un alce, que al parecer era su mascota. Intentó acercarse a él, pero el hombre pareció huir, rápidamente, e incluso le lanzó una flecha -que cayó a varios metros suyos en todo caso-, aparentemente a modo de advertencia.

Cuando volvió al país, luego de esos años, tenía los suficientes ahorros como para decidir qué hacer por un tiempo. Viajar, invertir en algún negocio o incluso comprarse una vivienda pequeña.

-Pero no voy a hacer nada de eso -me dijo-. Voy a tomarme un tiempo y escribir un libro.

-¿Un libro? -pregunté.

-Sí -me dijo-. Una novela sobre los dos años que viví en aquel lugar.

Sinceramente, no pensé que lo lograría. Después de todo, él mismo me había contado que no le había ocurrido nada. Tampoco era muy asiduo a la lectura y no sabía que hubiese intentado hacer algo así antes.

Tras seis meses volví a saber de él, de hecho, comprando en una librería.

-No pude con la novela -confesó-, pero creo que era más acertado escribir un libro de poesía, considerando lo que viví en esos dos años…

-¿Estás escribiendo poesía, entonces? -le pregunté.

-No todavía -me dijo-. Pero eso haré. Todavía puedo darme el lujo de dedicarle todo mi tiempo a aquello.

Nos despedimos esa vez y hasta el día de hoy -ha pasado un año desde entonces, más o menos-, no hemos vuelto a encontrarnos.

Por un conocido en común supe, eso sí, que no escribió finalmente el libro de poesía, y que está postulando nuevamente para retornara ese trabajo, en Noruega.

Creo que incluso había decidido viajar a aquel lugar, aunque no lo contraten.

Por mi parte, puedo decir que le deseo lo mejor, como a todos.

Aunque no sepa ciertamente, a qué me refiero cuando digo aquello.

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