sábado, 14 de enero de 2023

Ocho patas.


A veces ocurre que tengo ocho patas, como las arañas.

Suele hacer calor, cuando esto ocurre.

Ocho patas que puedo ver al mismo tiempo pues supongo que también mi vista se ha alterado.

Lo supongo, solamente, pues no puedo ver mis ojos, con mis ojos.

Por eso dudo.

Y por eso pienso, en ocasiones, que debe haber una trampa en todo esto.


Entonces, para asegurarme de estar en lo correcto, cuento una y otra vez mis patas.

Y como a veces me confundo al contarlas, decido morder una pata hasta marcarla; para detener la cuenta, al ver la herida.

Sin embargo, como mis patas son peludas, la boca se me llena de pelo, cuando muerdo.

De pelo y de un líquido extraño y pegajoso.

Una sangre nueva, supongo, ahora que tengo ocho patas.

Una sangre que, bajo este calor y esta apariencia, ni siquiera ya parece sangre.


Me concentro.

El dolor es intenso en la herida, pero su intensidad es natural.

Pienso en él, para fijarlo, pero lo cierto es que se desvanece.

Se reparte el dolor, poco a poco.

Se acomoda.

En ocho fracciones se reparte.

Y es entonces cuando se desvanece.

Esta es probablemente la función de las ocho patas, me digo.

No está mal.

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