sábado, 28 de enero de 2023

Las goteras de la casa, en verano.


Estoy seguro que por las goteras de la casa algo entra igual cuando es verano.

Calor en forma de luz, probablemente, llenando poco a poco el lugar.

Así, sin que te percates, resulta que el calor se esparce por los rincones y te inunda más que el agua.

Te inmoviliza incluso hasta que descubres que es tarde, y ya no hay nada que puedas reparar.

Tanto es el calor que, por ejemplo, hace unos días llegó incluso a botar una ventana.

Cayó el vidrio desprendido desde el segundo piso y poco faltó para tener que lamentar una desgracia mayor.

Lamentablemente, en vez de que el calor saliera por esa improvisada apertura, resultó que aquella operó también en contra.

Y es que el aire -si se le puede llamar así-, está cada vez más denso y enrarecido, y no te permite avanzar con facilidad.

No exagero: el sudor brota incluso de las cosas.

El de las paredes, la noche anterior, terminó provocando un corte y ya no hay luz.

Cuando me concentro, puedo ver las gotas de calor apretándose en la habitación, empujándose unas a otras.

Me parece incluso que algunas llegas a mi piel deslizándose por unas cuerdas, como si fuese yo una marioneta.

Afuera de todo el sol, que he comenzado a mirar de frente, cuelga a la distancia.

De tanto mirarlo, he descubierto que tiene una cara, simplemente, como la luna.

No es algo que me gustaría que me explicasen si no fuese porque ya es imposible creer nada.

Preferiría confesiones.

Una palabra al oído, del verdugo.

Yo soy mi propia marioneta.

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