miércoles, 4 de enero de 2023

Iguanas.


Me extrañé en principio porque siempre las veía quietas.

Pero esa noche, en cambio, las iguanas correteaban por todo el lugar.

De un lado a otro, rápida y desesperadamente, sin detenerse en ningún sitio.

Aparte de eso la noche estaba tranquila.

Desde las puertas de las habitaciones o desde los balcones, varios, como yo, las observábamos.

Algunos incluso grababan con sus celulares lo que ocurría en el lugar.


En principio, bajaron de los árboles, donde habitualmente dormían.

Cientos de ellas bajaron de los árboles.

Yo no me percaté de aquello, por cierto, hasta que vimos las imágenes de las cámaras de seguridad.

Aparecieron en tv, en un noticiario local, junto a otras grabaciones de vecinos y comentarios de algunos expertos que no sabían explicar las razones del asunto.

De todas formas, dijeron, nada había que temer, pues salvo esa extraña hiperactividad, su conducta volvió a ser la misma, desde la mañana siguiente.

Aún así, yo seguí las noches siguientes, vigilando a las iguanas.

No hubo nada extraño, sin embargo, hasta la última noche que pasé en aquel lugar.

Esa noche, vi una de ellas corretear nuevamente, aunque esta vez a solas.

Siguiéndola, llegué de pronto al borde de la playa, donde la oscuridad no me dejó ver más.

Entonces me senté ahí, a oscuras, a pocos metros del agua.

Si hubiese sido un lago, probablemente habría lanzado algunas piedras.

Pero ahí no había piedras.

Tal vez por eso, pensé, es que no se arrojan piedras al mar.

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