viernes, 6 de enero de 2023

La salud del veraneante.


Como era oscuro no supe, en principio, qué era.

Ni siquiera supe el cómo, salvo que era oscuro.

No hablo acá de piel ni de apariencia ni menos de superficie.

Por eso tampoco hablo de quién.

De la misma forma que, desde arriba, no percibes la profundidad del agua.

De esa misma forma no supe, en principio, qué es lo que era.

Un mismo gusano, apenas, que se mueve entre dos cuerpos.

Un gusano, decía, habría sabido más que yo.

A un costado de aquello, sin embargo, dormía una mujer.

Una mujer que trabajó, tal vez, pesando perlas.

Yo, por supuesto, aunque quisiera, no sabría pesarlas.

Solo por eso -lo prometo-, fue que desperté a la mujer.

Ella comentó, desperezándose, que estaba teniendo un sueño extraño.

Uno que se titulaba “la salud del veraneante”.

Yo también, tiempo atrás, había tenido ese sueño.

Por eso, probablemente, es que ella también vio aquello oscuro.

Y ambos, ahora, no sabíamos qué era.

Me pareció oír su risa, pero no quise comprobar.

Así, mientras miraba en otra dirección, ella me alcanzó unas piedras.

Entonces, igual que hacemos con un pozo para medir su profundidad.

Lancé yo las piedras a lo oscuro.

Pensé que serviría de algo, pero no sirvió de nada.

No eran antorchas, después de todo, eran piedras.

Piedras filosas, incluso, que parecían hechas para el tamaño de mi mano.

Y ellas rompieron su cabeza.

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