jueves, 19 de enero de 2023

En un estacionamiento subterráneo.


Estoy en un estacionamiento subterráneo.

En el centro de Santiago, muy temprano.

Como no tengo auto no sé, exactamente, que hago ahí.

Lo que sí sé es que de pronto otros hombres me piden que los ayude a cargar algo.

Es un bulto extraño, pesado, que cargamos entre varios por las escaleras que nos llevan a la superficie.

Poco antes de llegar, sin embargo, el bulto se nos cae y logro ver algo, dentro de la lona que se ha abierto en un extremo.

No se asusten, me dicen, al observar mi expresión.

Abren la lona un poco más y veo el cuerpo de un león.

Percibo la melena, las garras y veo la lengua asomarse entre sus dientes.

Luego, un par de ellos, se alternan para contarme una historia que no escucho.

O que escucho, tal vez, pero no entiendo ni retengo.

Sigo observando al león mientras me hablan.

Descubro que no han cerrado sus ojos y eso me inquieta.

Sin pedir permiso me acerco al cuerpo del animal y trato de bajar los párpados.

No lo haga, dicen ellos, es parte del efecto.

¿Qué efecto?, les pregunto mientras le cierro los ojos.

Nos quedamos en silencio.

¿No nos va ayudar entonces?, me pregunta uno de ellos.

No contesto.

Dos de ellos bajan a pedir ayuda a otro hombre o a un par, pues no podrán cargarlos solos.

El otro se queda junto a mí, volviendo a cubrir el cuerpo con la lona.

Minutos después ellos regresan con un joven.

Luego suben con el cuerpo.

Yo me quedo en el lugar, sentado en las escaleras.

Todo está en silencio.

Estoy en un estacionamiento subterráneo, en el centro de Santiago.

No sé, exactamente, qué hago aquí.

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