viernes, 20 de enero de 2023

Había una vez un hombre que no tenía botas.


I.

Había una vez un hombre que no tenía botas.

No tenía botas, ciertamente, igual que muchos otros hombres.

En este sentido -igual que en otros-, este hombre era igual a muchos otros.

Lo que lo volvió especial -o distinto-, fue lo que ocurrió cuando llegó a tenerlas.

Y es que entonces, mandó grabar en ambas botas la palabra “filantropía”.



II.

Se paseaba el hombre con sus botas, dando siempre largos pasos.

Al verlo, sin embargo, no te fijabas en la dirección que caminaba sino en la palabra de sus botas.

Se notaba a distancia que no se trataba de una marca sino más bien de un mensaje.

En este sentido, podríamos decir que sus botas, eran ciertamente un canal efectivo.

Así, ocurrió que todos vimos y escuchamos la palabra.

Tan absurda como clara.

Pero no la comprendimos.



III.

Vemos botas, ciertamente.

Botas y palabras en las botas, vemos sin dificultad alguna.

Poco más vemos, sin embargo.

Ni pasos ni trayectorias ni orígenes ni fines.

Y es que el mundo está tan lleno de hombres que apenas vemos algo más.

Así, resulta que el mundo (al estar lleno de hombres) está lleno también de botas y palabras.

Y las botas, por su parte, están llenas de pies.

Y los pies de pasos.

Y el vacío, finalmente, está lleno de vacío.


Había una vez un hombre que no tenía botas.

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