jueves, 5 de enero de 2023

Las velas eléctricas de Notre Dame.


Las velas eléctricas de Notre Dame.

Esas vergonzosas velas eléctricas.

Eso es, en parte, lo que recuerdo.

Las encendías por un euro o poco más.

Había cientos, encendidas.

La luz duraba poco, sin embargo.

Te avisaba titilando un par de veces, para que volvieras a cargarla.

Luego, simplemente, se apagaban.

Como en los teléfonos públicos antiguos, se cortaba la llamada de esa luz.

Una luz que, en este caso, no daba siquiera tono de marcar.

Ni qué decir una respuesta.

Dormí esa noche, a escondidas, al interior de Notre Dame.

En un sector dañado, que estaban reparando.

Apoyado justamente en una máquina descompuesta, de esas velas eléctricas.

Otros más dormían en ese sector.

Cinco o seis, creí contar.

Extrañamente silenciosos.

Me pareció que ahí, todos tenían miedo de los otros.

Por mi parte, tomé a solas un vino que robé de un restaurant.

También tenía un trozo de pan dulce y unas galletas.

Esa era mi segunda vez en París.

Y mi segunda vez en Notre Dame, por cierto.

La primera vez estúpidamente pagué un euro para encender una vela eléctrica.

Ya ni sé por qué lo hice.

Esta segunda vez, en cambio, intenté abrir esa máquina descompuesta para recuperar mi antiguo euro.

Me costó hacerlo, pero lo conseguí.

Logré abrir una caja de lata en la que se encontraban aún algunas monedas.

Tomé mi euro de entre ellas, y dejé ahí el resto.

Luego me fui del lugar, un poco más tranquilo.

¿Algo mas que recuerde de ese viaje...?

Ahora que lo pienso, tampoco vi la torre Eiffel, esta segunda vez en París.

A diferencia de la primera, sin embargo, esta vez ni siquiera la eché en falta.

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