domingo, 22 de enero de 2023

Un faro apagado suele convertirse en templo.



Un faro apagado suele convertirse en templo.

No ocurre siempre, por supuesto, pero eso al menos he escuchado.

No me refiero al apagado normal del faro, durante el día, por cierto,
sino al faro que ya ha dejado de ser faro.

Y es que hay que dejar de ser, ciertamente, antes de comenzar a ser otra cosa.

De hecho, el faro debe incluso perder la luz, previamente, para dejar de ser faro.

Abandonarla, digamos.

O ser abandonado por ella.

Ya ven que no es tan fácil.



Por otro lado, el convertirse en templo no depende de aquello que fue faro.

Y es que por más fe que tenga en sí mismo,
convertirse en templo requiere más bien de la fe de otros.

Aclaro que no es fe, exactamente, la palabra, pero prefiero acortar el camino.

Es una licencia que me tomo, digamos.

Casi la única.

Además, no es aquí esencial la fe, después de todo.



Un faro apagado suele convertirse en templo.

Eso es cierto.

Pero un templo no puede en modo alguno, convertirse en faro.

Las razones, si bien no son explícitas, han quedado dichas previamente.

Si ha llegado usted acá, es probable que ya las haya comprendido.

Si no, eso revela simplemente que usted no ha estado acá.

Y que no podrá nunca ser un faro ni un templo.

Y es que tal vez, no tiene usted luz que perder, a fin de cuentas.

No para otros, al menos.

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