martes, 2 de agosto de 2022

Sin percutor.


Un arma sin percutor.

Eso oí que dijeron.

El resto fueron las palabras de siempre.

Todo igual salvo que el tono era similar a aquel que oyes en los funerales.

Ese tono que usan en los funerales cuando alguien bromea.

Cuando alguien al que de cierta forma le importaba el muerto, intenta bromear y pasar la página.

Y ríe extraño, por supuesto, cuando lo hace.

Y finalmente no la pasa.

Acá, sin embargo, si hubo o no hubo muertos es algo secundario.

Hasta los vivos, acá, son algo secundario.

Todo se reduce siempre a lo mismo.

No a la voluntad.

No a la renuncia.

No a la vergüenza o falta de vergüenza.

No se reduce a eso, me refiero.

¿A qué se reduce entonces?

Pues se reduce simplemente la ausencia de percutor, en el arma.

Aunque no lo oigas sabes que es así.

Aunque nadie pronuncie esas palabras, el hecho es evidente.

Solo queda plantearse, apenas, si el arma sin percutor sigue siendo un arma.

Peor incluso así es solo otra vuelta innecesaria.

Una órbita en torno a una estrella de calor insuficiente.

¿Algo bueno entonces?

¿Se puede rescatar algo entonces, cuando no hay percutor en el arma?

Lo pregunto y nadie sabe qué.

Al menos a mí, me percato, se me ha quitado el hipo.

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