lunes, 8 de agosto de 2022

Meterse bajo los autos.


Le gustaba meterse debajo de los autos. Autos detenidos, por supuesto. Estacionados.

(Si hubiesen estado en movimiento habría sido otra cosa. Otra historia. Más breve, por supuesto. Una noticia, tal vez, y este texto no estaría acá)

Podía pasar horas así, bajo los autos. Quieto. Ojos cerrados, en ocasiones. En otras, atento ciento por ciento a lo que veía pasar.

(Si hubiese estado siempre igual, no habría podido comparar las experiencias. Y la valoración que damos a todo no sería certera)

Se metía bajo ellos cuando nadie lo observaba. Y casi nunca lo observaban. Era uno más, digamos, entre ellos. La única diferencia era que él se metía bajo los autos. Y no era una diferencia apreciable, cuando él no estaba bajo ellos.

(Cualquiera pudo toparse con él y no saber. Incluso puede leer esto sin percatarse que hablamos de alguien conocido. Alguien como usted, digamos, pero que gusta meterse bajo los autos)

No trataba de esconderse, por cierto, bajo los autos. No huía de nada. Acechaba, más bien, bajo ellos. Sentía que ellos (los otros) no sabían, pero él sí. Tal vez ellos ni siquiera sabían de qué gustaban. Allá ellos.

(Ellos es tan impersonal y ajeno que no resulta, en lo absoluto, una buena palabra. Además, en ocasiones es indeterminado. Por eso no suelo usarlo en los textos si no es necesario. Porque confunde, me refiero. Porque luego hay que dividir y explicar, y ya ven).

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