jueves, 18 de agosto de 2022

Al almacenero no lo sobrevivió el amor, si no su esposa.


I.

Al almacenero no lo sobrevivió el amor, sino su esposa.

Se veía triste, al inicio, pero por supuesto después no.

En su almacén compramos pan y algunas cosas, para sacar de apuro.

Es decir, murió el almacenero, pero ahora atiende su esposa.

El pan que venden, ciertamente, sigue siendo el mismo.


II.

Lo confieso: nunca supe el nombre del almacenero.

Compré ahí varios años, pero nunca me enteré.

Por cada compra, calculo, no cruzamos más de diez palabras.

Tampoco lo vi nunca, en ese tiempo, cruzar palabras con su esposa.

Ella simplemente le llevaba algunas cosas, como si adivinase, qué podía faltar.


III.

Dicen que murió de una afección a los pulmones.

Estuvo hospitalizado unos días, antes de abandonar este lugar.

Algunos vecinos se organizaron para comprar flores y asistir al funeral.

Miré de lejos todo, porque la gente es sucia en los velorios.

Tampoco fui al entierro pues no visito cementerios, desde hace varios años ya.


IV.

Por alguna razón que desconozco a los vecinos no les gusta la almacenera.

No les molestaba como esposa, pero ahora no les gusta más.

Algo les recuerda, supongo, aunque probablemente no lo comprendamos.

Su voz, tal vez, que antes nunca conocimos.

Sus ojos, probablemente, que siguen viendo, siempre más allá.

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