martes, 28 de marzo de 2023

Un pequeño dragón.


I.

Al principio pensé que exageraban, pero resultó ser cierto.

El dragón era tan pequeño que cabía fácilmente en un bolsillo.

No se quedaba quieto, eso sí, pero cabía.

De hecho, en mi caso, apenas lo tuve unos segundos y debí retirarlo.

Y es que además de inquieto, se le ocurrió al dragón lanzar fuego cuando estaba dentro.

Como resultado, me quemó el último billete del mes, la tela del pantalón y un trozo de piel me quedó enrojecida.


II.

Con la premura, al sacarlo, creo que lo dañé un poco, pues cayó al suelo con un ala magullada.

Desde ahí, el pequeño dragón caminó torpemente hasta esconderse detrás de un mueble.

Poco después, me acerqué hasta el lugar e intenté llamar al dragón, para que volviese a salir.

Como no sabía con qué ruido llamarlo, se me ocurrió de pronto prender un trozo de papel, para que viese las llamas.

Pueden pensar que fue algo estúpido, pero lo cierto es que resultó.

El pequeño dragón salió y se acercó hasta donde estaba la llama, y cuando esta se apagó, se quedó olisqueando la ceniza, que había caído al piso.


III.

Me negué a devolver al dragón cuando me lo pidieron de regreso.

No es que me haya encariñado, pero sentí que él estaba más cómodo, en mi hogar.

Le dije a los otros que lo había extraviado y hasta ofrecí pagarles, por la pérdida.

Al parecer, me creyeron, aunque fueron bastante abusivos con la cifra, que me pidieron pagar.

El ala del dragón mejoró, por cierto, con el paso del tiempo.

Tanto así que se fue de casa hace unos días, tras volar desde una ventana.

No he sabido de él, desde entonces, pero no me sorprendería comenzar a sentir que la ciudad huele a quemado.

Nunca quise ponerle un nombre, por cierto, al pequeño dragón.

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