jueves, 30 de marzo de 2023

Un fotógrafo de ancianos.


Lo detuvieron porque sacaba fotografías de ancianos, en la playa.

Los fotografiaba sin consentimiento, por supuesto.

Apenas ellos se tendían sobre las toallas y, por lo general, se dormían sobre ellas, él enfocaba y los fotografiaba, sin dar explicaciones ni detenerse a preguntar.

Lo hacía abiertamente, en todo caso, como si tuviese derecho a hacerlo.

Con gestos de profesional y una gran cámara colgada al cuello, el hombre caminaba por la playa, día a día, buscando sus objetivos.

Esto hasta que algunas personas consultaron a los guardias, y si bien no hicieron denuncias oficiales, preguntaron sobre aquella situación.

Los guardias, a su vez, decidieron hablar directamente con carabineros, mientras realizaban un control en el lugar.

Estos, por último, detuvieron al fotógrafo esa misma tarde, luego de verificar la impresión y observar ellos mismos cómo el hombre actuaba en el lugar.

Si bien el hombre no se resistió, intentó aclarar de inmediato que su interés era meramente artístico, y explicó que no fotografiaba a los ancianos como individuos, sino como trozos o fragmentos de materia desgastada, puesta al sol.

Yo me enteré de aquel asunto semanas después, cuando vi las fotos.

Las vi antes que las eliminaran, como testigo civil del proceso, junto a un notario, un detective, el abogado defensor y el fotógrafo acusado.

Las fotos, efectivamente no dejaban ver al individuo completo, sino que enfocaban trozos de carne simplemente, sobre fragmentos de toallas, en la playa.

Carne cubierta de una piel que se veía casi muerta, o daba la impresión de estarlo al menos, en al menos doscientas fotografías.

Ninguno de nosotros comentó nada, al respecto.

Observamos las fotos en una pantalla y luego se nos mostró como se destruía el dispositivo en el cuál estaban almacenadas, además de una carpeta con algunas copias físicas, que al parecer habían sido impresas para resolver el aspecto judicial de aquel asunto.

Si bien las destruyeron en una trituradora mecánica pensé que, de haberlas quemado, probablemente hubiese sentido olor a carne quemada.

El fotógrafo miraba todo tan atentamente como los demás, sin expresión alguna.

El detective se dedicaba a grabar el asunto.

Yo, en tanto, firmé un acta, di mis datos para recibir un pequeño depósito y me fui del lugar.

Por el camino, por cierto, me dediqué a observar mi propia piel, con una mirada extraña.

Pensé incluso en fotografiarla, pero me arrepentí.

Finalmente, apuré el paso e intenté pensar en otra cosa, pues ya se hacía tarde.

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