sábado, 4 de marzo de 2023

Un cuesco dentro, como las paltas.


Él lo sabía.

Tenía un cuesco dentro, como las paltas.

Lo intuía incluso, desde pequeño.

Al mirarse al espejo, lo sabía.

Incluso al pensarse o imaginarse, en medio de la noche, lo sabía.

Esa era su verdadera anatomía.

Una anatomía secreta, claro, y mucho más sencilla.

Y hasta más verdadera, probablemente, debido a eso.

Cáscara, carne y cuesco, como las paltas.

Todo era más claro de esa forma.

Una vez se dibujó así.

Fue para un trabajo escolar.

Se sentía cómodo esa vez y quiso hacerlo, como una muestra de honestidad.

Además, resultaba más sencillo que dibujar aquello que los otros veían.

Una palta, simplemente, dibujada verticalmente.

Sin pies ni brazos.

Sin rostro.

Un tanto irregular incluso en algunas partes.

Un par de árboles, cerros atrás y nubes en el cielo.

Nada más había en el dibujo.

Salvo él, por supuesto.

Él la palta.

Poco después su profesora retiró el dibujo.

Él esperaba algún comentario, alguna pregunta… pero ella nada dijo.

Lo guardó simplemente junto a los dibujos de aquellos que aún no reconocían quiénes eran.

Él se quedó en silencio.

Ni siquiera diciéndolo lo comprenden, pudo haber pensado.

Ni siquiera dibujándolo pueden verlo.

Esa misma noche, supongo que reflexionando sobre aquel asunto, ocurrió que él comenzó a escarbar bajo su cáscara.

Abrió un espacio pequeño.

Con el tiempo, probablemente, esa cáscara se engrosaría y ya no tendría acceso.

Entonces, tocó su carne verde, sin sorpresa.

Tal vez rio o lloró un poquito cuando se acercó al cuesco.

Todo esto soy yo, pudo haberse dicho.

Pero no podemos saberlo.

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