domingo, 26 de marzo de 2023

Me contó que estuvo en Grecia.


Me contó que estuvo en Grecia. En Atenas, específicamente. Dos años me enteré que estuvo ahí. Trabajando en un pequeño hotel que alojaba a turistas que estaban de paso hacia algunas islas. Tuvo un novio turco durante gran parte de ese tiempo. Un hombre veinte años mayor que ella y que era dueño de uno de los yates que llevaba gente hasta las islas. Me dijo el nombre, seguramente, pero lo olvidé. Ella me contó que el hombre tuvo un ataque al corazón, a bordo del yate, y que lo llevaron hasta un hospital que había en una de las islas. Apenas ella se enteró, pidió permiso en su trabajo y fue a verlo a ese hospital, donde se encontró con la esposa y con una de las hijas de aquel hombre, que se llamaba Calypso y tenía más o menos su edad. Sin revelar quién era habló con ellos y terminó haciéndose amiga de Calypso, con quien viajó luego a Roma, a Ámsterdam y a Londres, que fue donde la conocí yo. El padre de Calypso, por cierto, se recuperó sin problemas y desconocía con quién estaba viajando su hija. Ya en Londres, por cierto, ellas se separaron. Claypso regresó a Grecia y ella se quedó varios meses en el pequeño departamento que yo arrendaba, en Camden. Fuimos algo así como novios durante ese tiempo. Nada muy formal, en todo caso. De todas formas, todo terminó abruptamente cuando se presentó ahí el turco, el padre de Calypso, y le pidió a ella que volviera con él, realizando de paso varias promesas. Esa noche, ella me preguntó qué opinaba del asunto. ¿Qué asunto?, pregunté yo. Ella explicó que el asunto era ella y la posibilidad de volver con el turco. Entonces yo guardé silencio y decidí no opinar. Con los últimos ahorros que me quedaban decidí viajar unos días a Lisboa, y le dije que se tomara esos días para decidir qué quería hacer. Días después, mientras estaba en Lisboa, sentado en un tranvía cuya trayectoria desconocía, comprendí que ella no estaría en Londres cuando regresara. Por lo mismo -y para no pasar por la tristeza de tener que comprobarlo-, decidí mejor quedarme en Lisboa unas últimas semanas y apurar el regreso a Santiago. Perdí, por cierto, lo que dejé en el departamento en Camden, aunque no recuerdo que nada de aquello tuviese un especial valor. El pasaje a Santiago, finalmente, me lo pagó un amigo que estaba en Barcelona y que me debía un gran favor. Puede estar de más decirlo, pero nunca volví a hablar con ella. Me dejó un par de mensajes en mi celular, pero los borré antes de escucharlos. Ninguno de esos mensajes, superaba los dos minutos.

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