domingo, 12 de marzo de 2023

Un pequeño harakiri.


Un pequeño harakiri.

Eso prometía, al menos, el anuncio.

Con letras grandes, casi luminosas, en las afueras de un bar.

En vivo, esta noche: un pequeño harakiri.

Lo leí dos o tres veces, para asegurarme de estar en lo correcto.

Y por supuesto, me venció la curiosidad.

Todavía no era noche, recuerdo, pero entré de igual forma.

Solo tras pedir una cerveza, me atreví a preguntar sobre el anuncio.

La chica que atendía señaló hacia un rincón, donde había un pequeño escenario.

Cada dos o tres semanas, dijo, el dueño del bar realiza esta ceremonia.

Nada muy terrible, en realidad, apenas un corte superficial… aunque sangra bastante, debo admitir...

Pero entonces, la interrumpí asombrado, se trata verdaderamente de un harakiri…

No uno propiamente tal, me corrigió.

Es solo lo que promete el anuncio: un pequeño harakiri.

Miré a la chica fijamente para advertir si bromeaba, pero comprendí que no lo hacía.

Me sonrió antes de irse y aproveché de pedirle un par de cervezas más.

Así, comenzó a anochecer mientras bebía, y el local comenzó a llenarse.

Una pareja de finlandeses se sentó en mi mesa, pues no había más lugar.

Fue entonces que la iluminación cambió y vimos entrar al hombre y subirse al escenario.

Todos guardaron silencio.

El hombre miraba al frente, hacia un punto fijo.

Tomó posición sobre el escenario y sacó una pequeña katana.

Pude fijarme que a un costado estaba la chica que me había atendido, lista para socorrer al hombre, luego de su presentación.

Entonces sucedió.

Tal como lo había visto decenas de veces en películas.

Igual en cuanto a movimientos, pero con resultados, claro está, a menor escala.

Y es que el hombre sangraba, efectivamente, pero seguía consciente y se lo llevaron tras el escenario sin grandes dificultades.

Mientras esto ocurría, la pareja de finlandeses intentó aplaudir, pero luego se dio cuenta que se trataba de algo solemne y permanecieron en silencio.

Poco después, las luces volvieron a ser como antes.

Nadie habló de lo ocurrido.

Yo, aunque hubiese querido, no tenía con quién hablar.

Pensé en pedir un par más de cervezas, pero decidí que ya era suficiente.

Es solo un pequeño harakiri, pensaba, no amerita una borrachera mayor.

Poco después, cuando salí del local, observé que se llevaban al dueño del bar en un pequeño auto, probablemente a que le hiciesen curaciones.

Había un aire extraño.

Todo me parecía más pequeño tras salir del bar.

Menos importante, incluso.

Menos trágico.

No supe concluir, sin embargo, si aquello era algo bueno.

Simplemente llegué a mi casa, me lavé los dientes, y me fui a acostar.

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