miércoles, 1 de marzo de 2023

Me escondí en el cine después de la última función.


Me escondí en el cine después de la última función.

Un tipo pasó revisando la sala antes de apagar las luces, pero no puso mayor atención.

Hice aquello pues no tenía dónde quedarme aquella noche y apenas me quedaba dinero.

Además hacía frío y afuera, desde esa mañana, había estado lloviendo.

Mis pocas pertenencias las había dejado en el casillero de un supermercado.

La llave me la había colgado al cuello, para no perderla.

Fue extraño, recuerdo, pues el protagonista de la película llevaba un destapador colgado al cuello, de una forma similar.

Era una película antigua, por cierto, norteamericana, posiblemente de la década del sesenta.

Un clásico, digamos, protagonizado por Paul Newman.

Y probablemente la mejor película “carcelaria” que haya visto.

Esa noche, mientras intentaba dormir, no lograba dejar de pensar en algunas escenas del film.

Todas parecían agruparse en torno a un último momento, en el que el protagonista está acorralado, en una iglesia vacía.

La necesidad de un héroe, pensaba, por una parte.

Y la necesidad de un Dios, por otra, para que el héroe sobreviva.

Eso pensaba en ese entonces.

O existen los dos o ambos están ausentes, debo haber concluido, mientras intentaba dormir.

Me despertó horas después una chica que estaba barriendo el lugar.

Parecía habituada a encontrar personas ahí, pues no parecía preocupada.

Puede pasar al baño antes de irse, me dijo, amablemente.

Así lo hice.

Intenté asearme incluso, en uno de los lavamanos.

Entonces salí.

Afuera, había dejado de llover.

Hacía frío.

La cordillera se veía blanca, casi hasta su base.

Pensé en preguntarle a alguien si acá también había nevado, pero luego comprendí que era absurdo.

Siempre caía más allá, la nieve.

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