martes, 28 de febrero de 2023

El enfermo va al doctor, no el doctor al enfermo.


I.

Usted no entiende, me dijo, el enfermo va al doctor, no el doctor al enfermo.

¿Por qué?, le pregunté.

Porque así lo eligió el doctor. Esa es nuestra forma de trabajo.

¿Y adónde va el doctor, entonces?, pregunté .

No lo entiendo, me dijo.

Si no va donde el enfermo, ¿a dónde va el doctor cuando va a algún sitio?, aclaré.

No sé dónde va, me contestó, molesto. Solo sé que viene acá a las 9 y trabaja hasta las 2. ¿Le reservo alguna hora?

No, le dije. Muchas gracias. Ya me siento un poco mejor.



II.

No fui al doctor, finalmente.

No es que rechace que me examinen, pero sí me opongo al procedimiento.

En cambio, esperé que se pasasen las molestias simplemente.

Después de todo, siempre disminuyen, con el tiempo.

Incluso el dolor más álgido, decae un poco, sin que te des cuenta.

No desaparece, es cierto, pero supongo que al menos te acostumbras.

No es necesario ser doctor, para saber eso.


Como tratamiento, me bastó con repetir unas frases, cada vez que el dolor volvía:

Bienaventurados los enfermos que se apegan a la lógica.

Sus creencias son más firmes que la enfermedad que los afecta.


Si funcionó o no, sin embargo, es algo que guardo para mí.

Todo lo demás lo comparto.

Que nadie, sin comprender, se le ocurra seguir mi ejemplo.

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