jueves, 9 de febrero de 2023

Un hombre y el perro William Blake.


De madrugada, veo a un hombre en una pequeña playa del sur de Chile. Viene acompañada de un perro pequeño, bastante viejo y algo lento, al que llama William Blake.

Me cuesta entender, en principio, así que me acerco hasta él y le pregunto por el nombre.

-William Blake -ratifica-. Se llama William Blake.

Tras conversar un poco más me entero que tiene una lancha de pesca y que acaba de regresar tras haber ido a pescar junto a otros trabajadores. Ellos se quedaron descargando, por cierto, pero él volverá más tarde. Es uno de los privilegios de ser el dueño de la lancha.

-Antes llevábamos al perro con nosotros, pero ya no -me dice-. Solía ladrar cuando había pesca cerca, pero no anunciaba, en el fondo, nada conveniente.

-¿A qué se refiere? -pregunto.

Él hombre hace una pausa. Luego enciende un cigarrillo y prosigue usando el mismo tono.

-Imagine usted que en su primer viaje, el perro no dejó de ladrar señalando una zona, hasta que arrojamos hacia allá las redes y luego recogimos el cuerpo de un viejo que vivía cerca de Pargua. Un poeta de la zona, ya mayor, bastante conocido por acá…

El perro ladra brevemente como para confirmar la historia.

-Luego hizo lo mismo varias veces -siguió el hombre-. Al final, en ocho viajes que lo llevamos encontró seis cuerpos. Todos de poetas o escritores o esos que se las dan de artistas y que luego ya no saben ni qué son… Cuatro hombres y dos mujeres. Acá se hizo bien famoso este perro en aquel tiempo. Salió hasta en el diario.

-¿Y qué encontró el perro en los otros dos viajes? -le pregunto-. Usted dijo que en ocho viajes encontró seis cuerpos… ¿siempre fue uno por vez?

-Sí, siempre -confirmó el hombre-. Una vez no encontró nada y volvió muy inquieto. Lo otro ya fue la última vez, la vez trágica digamos. De ahí no lo llevamos más.

-¿Qué pasó esa vez? -le pregunto.

El hombre guarda silencio, como dudando en responder, pero finalmente lo hace.

-Fue hace varios años así que ya no importa -me dice-. Esa vez encontramos otro, pero no era un cuerpo. Me refiero a que no estaba muerto del todo, cuando lo subimos a la lancha…

-Entonces el perro ayudó a que salvaran a uno, al menos… -le digo.

-No -interrumpe él, cortante. El perro se volvió otro apenas subimos el cuerpo a la cubierta y se lanzó a morderlo, justo aquí, en el cuello… no podíamos sacárselo de encima… parece que le alcanzó esa arteria de acá…

-¿El perro lo mató? -pregunté.

-William Blake lo mató, sí -dijo el pescador-, pero preferimos no contar nada del asunto… De todas formas el hombre estaba ya casi muerto y no sabemos si habría sobrevivido… y el perro nunca antes ni después volvió a atacar a alguien…

-¿Nunca se complicó aquello? -pregunté ahora-. Ya sabe… con la autopsia y esas cosas…

-No -señala el hombre-. Era un tipo solitario. Un escritor también, aunque nadie nunca le leyó nada…

-¿No recuerda su nombre?

-Yo no recuerdo nombres, apenas el de William Blake -dice el hombre, retomando la marcha y despidiéndose con un gesto.

Tras esto, y me quedé ahí, observando cómo el perro lo seguía y desaparecían tras una curva que había al final de la playa.

Junto a mis pies, descubrí a un pequeño cangrejo que caminaba hacia unas rocas. Hacia el otro lado de donde estaba el mar.

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