viernes, 10 de febrero de 2023

En el medio del bosque no hay un árbol.


A pesar de lo esperable, en el medio del bosque no hay un árbol.

Ni en la superficie crecido ni raíz bajo la tierra.

Pueden creerme.

En el medio del bosque hay una rana.

Pequeña, verde y aparentemente inofensiva, la rana.

Una rana que croa, de vez en cuando, justo al centro del bosque.


Nunca se mueve aquella rana.

Es decir, sí se mueve, pero al mismo tiempo está siempre en el mismo sitio.

Salta y cae, por ejemplo, pero no se desplaza.

Así, vive ocupando siempre el lugar que le es propio.

El centro del bosque, digamos.

La verdad que ha sido dicha tampoco se desplaza.


Bendita rana.

Algunos la buscan, solo para comprobar la historia.

No la encuentran, sin embargo, pues el centro del bosque les esquiva.

Culpan al bosque de crecer o achicarse, pero eso no es cierto.

Y saben que no es cierto.

Son ellos los responsables de su propio extravío.


Pobres buscadores de tesoros que no necesitan.

Se encandilan por un brillo cuya naturaleza no comprenden.

No se confundan: el mapa es el correcto.

Las dimensiones no han cambiado en lo absoluto.

Y es justamente por la rana porque no crece el bosque.

Pues si lo hiciera, la rana dejaría sin duda de ser el centro.


No hay un árbol, como les decía, en el medio del bosque.

Justo ahí, en el centro, hay una rana.

Sus ojos -donde miren-, ven siempre el bosque que no ves.

Y te reconoce al instante pues tú -para ella-, has estado siempre fijo.

A veces, al atardecer, por su piel translúcida ella deja ver su corazón.

Si logras verlo no lo dudes y alégrate al instante: tú corazón también ha sido visto.

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