jueves, 2 de febrero de 2023

Agua bendita.


I.

Como en ese entonces me dijeron que el cura podía convertir el agua en “agua bendita”, pensé que el tipo era casi como un superhéroe que podía transformar, -si así lo quería-, una cosa en otra.

-¿Y cómo la transforma? -pregunté en ese entonces.

-Bendiciéndola -me contestaron-. Por eso se transforma en agua bendita.


II.

Por simple que parezca aquel asunto, lo cierto es que a mí seguía pareciéndome algo mágico. Milagroso, incluso.

Y es que pensaba que, más allá de la transformación del agua, esa nueva agua bendita tenía además propiedades distintas.

Me refiero a que no asociaba la palabra bendita simplemente al resultado de la acción de un otro (la bendición del cura, en este caso), sino que creía que el agua (ahora bendita) era una sustancia capaz de producir una acción, por sí misma, y ser por tanto causa de otros efectos (también milagrosos) en seres menos especiales que el cura (por ejemplo, yo).


III.

A partir de las creencias anteriores, ocurrió entonces que, a escondidas en una iglesia, vacié el recipiente de agua bendita que estaba en el lugar en una botella plástica que llevaba entre mis ropas.

Luego llegué hasta mi casa y debo haber estado todo el día observando la botella.

Dudaba si tomarla, recuerdo, o regar una planta con ella o dársela a otro que la necesitase más. Cómo sea, lo cierto es que me acosté esa noche sin haber decidido nada, dejando la botella intacta sobre un velador, a un costado de mi cama.

Poco antes de dormirme, sin embargo, me senté bruscamente en mi cama, pues en un momento dado tuve una especie de revelación.


IV.

La revelación fue sencilla y vergonzosa: yo era un estúpido.

Me lo habían dicho, pero lo comprendí recién entonces.

El agua bendita era agua simplemente, que había sido bendecida. Sería maldita si la hubiesen maldecido, o sería agua derramada si la hubiesen derramado.

Solo se trataba de un adjetivo, comprendí avergonzado.

Tomé entonces la botella llena de agua bendita y le quité la tapa. Olí el agua, La bebí.

Sin sed, probablemente, la bebí.

Luego dejé la botella a un lado y traté de dormirme.

Seguía sintiendo vergüenza.

Pena y rabia también, pero sobre todo vergüenza.

No recuerdo si soñé algo especial aquella noche.

De todas formas, pienso ahora, no habría tenido ninguna importancia.

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