sábado, 18 de febrero de 2023

Larry.


Encuentro chistoso el nombre Larry. Y por añadidura -aunque injustamente, lo sé-, a las personas que llevan ese nombre. Solo por llevarlo, me refiero. No por sus características.

Antes me pasaba lo mismo con los Jerry, pero como la mayoría de los Jerry que conocía eran similares (por lo general coreanos o chinos que habían adoptado ese nombre), poco a poco eso fue perdiendo su gracia.

Con los Larry no ocurre lo mismo. De hecho, los Larry suelen ser muy distintos unos de otros -al menos desde mi experiencia-, aunque debo reconocer que coinciden en general por su gran tamaño y altura. De hecho, no creo haber conocido a un Larry adulto que pesara menos de noventa kilos.

El último Larry que conocí estaba de paso en una ciudad pequeña del sur de Chile. Una ciudad costera, por cierto. Hablé con él hace unos días, durante mis vacaciones. Me encontré con él dos o tres veces -la tercera no estoy seguro que fuera él- mientras caminaba por la parte más alejada de la playa, cerca de un grupo grande de rocas.

Fue él quien habló primero, preguntándome si venían otros tras de mí, pues no le gustaba encontrarse con gente. Estaba sentado en una roca, con los pies metidos en el agua, un sombrero extraño que no me dejaba ver bien su rostro y una especie de impermeable delgado que le cubría el resto de su cuerpo. Por supuesto, era muy grande y tenía un acento extranjero, como los otros Larry que acostumbro conocer.

No hablamos mucho esa primera vez. Apenas contestó a mis preguntas con referencias vagas y decidí mejor no molestar, regresando rápidamente. Esa primera vez, por cierto, aún no sabía que se llamaba Larry, y todo, de hecho, me había parecido un poco más serio, tal vez por ese mismo desconocimiento.

Fue la segunda vez cuando me dijo su nombre y todo me pareció desde entonces un poco más alegre y liviano. Yo también le dije el mío y supongo que hablamos con confianza. Yo no esperaba encontrarlo, pero estaba en el mismo lugar que la primera vez, incluso con la misma indumentaria, a pesar de haber pasado tres días desde el primer encuentro.

Esa vez, me contó sobre sí mismo una gran cantidad de historias. Si no se hubiera llamado Larry y no hubiese estado vestido de esa forma, puede incluso que algunas hubieran podido considerarse tristes, pero al llamarse Larry todo me pareció entonces parte de una rutina cómica y yo sonreía igualmente cuando él contaba cada una de sus aventuras o tragedias. Puede que hasta me riera en voz alta de alguna de ellas.

Fue debido a esto, supongo, que Larry pareció ofenderse en algún momento. No molesto en todo caso, más bien por no comprender mis reacciones ante lo que me contaba.

-Disculpa -le dije en un momento-. Es difícil de explicar, pero tu historia me llega a través de una especie de filtro que hace que todo me parezca más alegre, como hechos ya pasados de los que ahora nos reímos…

-¿Una especie de filtro? -preguntó Larry.

-Sí, una especie de filtro -le expliqué-. No te enojes, pero es tu nombre… Sé que es estúpido, pero desde que sé que te llamas Larry no puedo dejar de escucharte u observarte sin que todo pese un poco menos y sea chistoso de alguna forma…

Él se quedó en silencio.

-No chistoso de mala forma -le dije-, es solo que al llamarte Larry todo parece un poco distinto, como si se iluminase una zona oscura donde la oscuridad era lo que te daba miedo… No sé explicarlo, pero supongo que me alegra que las desgracias que cuentan sean en pasado y la luz ahora sea distinta…

-También hay desgracias actuales -me interrumpió.

-Sí -acepté-, pero es mejor pensar que en el futuro serán pasadas y todo andará bien si te llamas Larry… Créeme, toda desgracia habrá sido parte de una broma y te reirás de ella.

No me dijo nada tras esto, pero me pareció que había comprendido mi punto. Y hasta lo aceptaba, de cierta forma.

Cuando nos despedimos, esa vez, me confesó que él mismo se había nombrado Larry hacía varios años, pero que no era su nombre original.

-Igual tú eliges cuál es el verdadero -le dije, a modo de conclusión, mientras me alejaba de aquel sitio.

Días después, cuando ya regresaba a Santiago, me pareció verlo a la distancia por tercera vez. Pero eso es parte de otra historia.

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