lunes, 20 de febrero de 2023

Billetes falsos.


Durante años junté billetes falsos.

Llegué a reunir, de esta forma, una buena cantidad.

De distintas cifras, calidades, materiales y países.

Aun así, no me atrevo a llamarlos “colección”.

Con los primeros me engañaron, es cierto.

Me enojé incluso, cuando ocurrió.

Así llegué a tenerlos.

Con el tiempo, sin embargo, fui yo el que me dejé engañar.

Voluntariamente, me refiero.

Es chistoso cuando lo piensas: aprendí a engañar para ser engañado.

No lo es, por supuesto, pero parece un juego de palabras.

Ahora, en todo caso, ya ni siquiera distingo diferencias.

Entre los billetes sí… no hablo de eso.

Lo que no distingo es aquello que está más allá de los billetes.

Algo que podríamos llamar “la fuente original del engaño”.

En eso pensaba, supongo, cuando me dedicaba a observarlos.

Siempre distanciados unos de otros, pues no me gustaba verlos en conjunto.

Después de todo, cada uno de ellos era falso de una forma diferente.

Y debiese haber tenido, por lo mismo, un valor diferenciado.

De esa forma, al observarlos, me veía a mí mismo como un tasador de billetes falsos.

Pero no a partir del billete en sí, como decía antes.

Mis referencias, aunque abstractas, siempre fueron otras.

Más puras, según mi parecer.

Escasas.

Incuestionablemente verdaderas.

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