lunes, 6 de febrero de 2023

El hervidor.


Alegué por el hervidor de agua porque hacía mucho ruido. Estaba recién comprado. Uno de los más caros del mercado y lo cierto es que en los otros ámbitos de funcionamiento estaba bien. Tampoco es que sea un instrumento muy complejo en todo caso. Solo me interesaba que hirviera bien el agua, ojalá rápido y -me daba cuenta ahora-, sin producir un ruido excesivo durante su funcionamiento. Fue de esa forma, al menos, como se lo dije al encargado.

-No es poca cosa -comentó el encargado, un tanto desafiante.

-¿Qué cosa? -le dije.

-Lo que quiere del hervidor -aclaró.

Como yo me quedé en silencio se vio obligado a continuar.

-Me refiero a que usted quiere que el hervidor vaya más allá de lo esencial, más allá de sí mismo…

-No lo entiendo -interrumpí.

-El hervidor es un hervidor, por lo tanto hierve -sentenció-. Yo no veo el problema. Lo que ocurre es que usted no tiene en cuenta lo evidente.

-¿Lo evidente o lo esencial? -pregunté, un poco por joderlo-. Ya ve que usted se contradice.

-Pues justamente en este caso es lo mismo -continuó-. Y eso es algo que debiese agradecerse. Pocos objetos tienen un modo de existencia tan noble que su esencia se hace evidente en la más básica de sus acciones.

-¿Debiese agradecer entonces que el hervidor haga un ruido terrible, que se escuche incluso fuera de casa cuando hace hervir el agua?

-Debiese agradecer que el hervidor hierva -señaló, como concluyendo la discusión-. Debiese agradecer que cumpla con ser lo que es, nada más. Considere el ruido como la expresión por la satisfacción de ese logro de la existencia plena, tanto en el proceso de ser como en el logro del objetivo esencial.

Lo observé. Pensé en cesar la discusión y simplemente ejercer mi derecho a devolución, pero debo reconocer que había comenzado a ver al hervidor de otra forma.

No quería hacerlo y sabía que era algo estúpido, pero ocurrió de igual forma.

Incluso me sentí un poco avergonzado de haber querido exigirle tanto. No es un acelerador de partículas, me dije. No está hecho en la NASA. Es un objeto que manifiesta exageradamente la manifestación de la naturaleza de su existencia.

Volví a observar al encargado y acepté el hervidor que me devolvía nuevamente, como un hijo.

Lo llevé a casa.

O lo regresé a casa, más bien.

Lo acepté de forma definitiva.

Incluso ahora disfruto el ruido y hasta me entristezco un poco cuando recuerdo que su vida útil es muy limitada.

Es bonito, además, mi hervidor.

Tiene derecho al grito y hierve de maravilla.

Su existencia es plena.

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