jueves, 16 de febrero de 2023

Una mujer se queja.


Una mujer se queja por el olor que hay al interior del metro. Lo hace apenas entra al vagón. Va junto a su hijo que es pequeño. Siete u ocho años, calculo. El metro va repleto, por supuesto. Es la hora de regreso a casa de la mayoría de los trabajadores. Yo también, por cierto, soy uno de ellos.

-¿Qué olor, mamá? -pregunta el niño.

-El olor de las personas -dice la madre, sin preocuparse porque los demás la oigan.

Un par de jóvenes, de hecho, la mira con desagrado. Creo que comentan algo sobre ella, pero en un volumen no muy alto, por lo que no alcanzo a comprender. Los demás se desentienden o probablemente ni siquiera escucharon.

Pasan un par de estaciones. La puerta se abre la gente del exterior no logra ingresar pues todo, como siempre, va repleto. Y no baja nadie por lo general hasta la última estación, que es de combinación.

Es entonces cuando -ya cerca de la estación final-, observo al niño que permanece en silencio, pensando probablemente en lo que le ha dicho su madre. En el olor de las personas, me refiero. No solo en lo que son, digamos, sino en lo que sale de ellas. En algo que nunca, por más que crezca, llegará a comprender.

Las puertas vuelven a abrirse y luego se cierran.

Esta vez bajé yo.

Y aquí estoy, esperando.

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