miércoles, 8 de febrero de 2023

Segundos después.


Segundos después de sentarse a mi lado ya se había presentado y me estaba hablando de su esposa, una italiana, al parecer, de quien incluso me mostró una foto en la que no alcanzaba a apreciarse y de la que, en el fondo, no dijo nada importante o trascendente. Mientras lo escuchaba, por cierto, comprendí que era de aquellos que pasaba de un tema otro sin detenerse y sin razones lógicas que guiaran esas transiciones, salvo esquivar con extrema rapidez (supuse) aspectos importantes o realmente privados como si fuesen banderas en una pista de slalom. Para disimular, sin embargo, comenzó a contarme un sueño, uno que había tenido la noche anterior y del que probablemente ni él mismo había sido consciente hasta el momento en que lo narró, describiendo elementos presentes (sin importancia) y pasando sin concluir a otro tema, tal como era su costumbre. Ese otro tema, según entendí, fue lo que cenó la noche anterior, matizado con una serie de observaciones triviales como el señalar que la generación anterior era superior a la actual, criticar la excesiva alza del pan (asociándola con la producción de trigo), comentar la gran presencia de extranjeros en el país y referirse a la navegabilidad del mar, que mejoraría desde cierta época, entre otras cosas. Yo lo escuchaba, por cierto, sorprendido de la actitud de aquel desconocido que sin más vino a sentarse a mi lado y lanzar todas sus palabras, que apenas lograba organizar. Siguió así hablando sin hacer pausas, comentando ahora que si aumentase la cantidad de lluvia mejoraría sin duda la condición del campo y dando otra serie de observaciones que decantaron en una frase luego de la cual, hizo una pequeña pausa. La vida está difícil, fue aquella frase.

-Así es -dije entonces, sin pensarlo-, la vida está difícil.

Él dejó pasar tres segundos. Tal vez cuatro.

-¿Le conté que ayer vomité? -preguntó.

-No, pero lo supuse -contesté, interrumpiéndolo de inmediato-. Tengo que irme, sabe… hoy tengo un compromiso y…

-¿Qué días es hoy? -interrumpió él.

Se lo dije. Aunque le mentí en realidad, pues hice alusión al día anterior.

Él se quedó entonces ahí, levemente confundido. Extrañamente silencioso.

Por mi parte, aproveché el momento y di media vuelta sin despedirme siquiera.

Ya a unos metros me pareció oírlo vomitar, mientras sin saber por qué yo comenzaba a pensar en Teofrasto y a crear rimas absurdas, en griego, con su nombre.

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