“-¡Qué lindo cómo nada ese perro!
-Se está ahogando, mr. Magoo, y es su
hijo.”
Casi me convence.
Míster Magoo, me refiero.
De vez en cuando damos una vuelta y él comenta extasiado.
¡Cuánta belleza…!
¡Cuánto amor en las personas…!
Yo lo dejo hablar.
A veces incluso intento ver
por sus ojos que no ven.
Y claro… casi me convence.
Una noche se duerme y me pruebo sus lentes.
¡Qué engaño…!
No hay aumento ni distorsión alguna.
A partir de entonces lo espío.
Sospecho segundas intenciones, incluso.
Quizá por eso averiguo los datos de su oftalmólogo.
El señor Magoo tiene una vista
perfecta, me dice.
Los exámenes no revelan inconvenientes.
Con todo, voy hasta la clínica y observo sus exámenes.
Todo está en orden.
Entonces vuelvo a juntarme con Magoo.
Él me habla de Waldo, de sus nietos, de sus flores.
Usted no tiene nietos, le digo.
Waldo se ahogó.
Su jardín está lleno de maleza.
Míster Magoo finge no escuchar y reubica sus lentes.
Luego me dice que cierre los ojos.
Ha empezado a llover.
Sienta el olor de la tierra
mojada, me dice.
Aspírelo hasta que llegue al
corazón.
Como me siento un poco culpable lo hago.
Dudo un poco, pero lo hago.
Aspiro.
El aroma es hermoso.
Ya ni sé dónde tengo el corazón.
Me encantó leerte!
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