Otra de las ciencias: crean vaso que se quiebra en
silencio. En Japón. Subvencionados por el estado y con fondos extra provenientes
de una universidad inglesa.
Lo leo una revista mientras espero por un trámite en
el Ministerio de Educación.
Como nadie atiende avanzo y leo que no solo se
trata de un vaso, ya que, obviamente, el verdadero invento es el vidrio que no
emite ruidos cuando se rompe.
Obviaré las explicaciones científicas, por cierto.
Sigo esperando que me atiendan.
Observo las fotos de la publicación.
En una de ellas, unos niños juegan a poca distancia
de un vaso que acaba de romperse, sin percatarse en lo absoluto.
Todo funciona perfecto.
En el experimento, me refiero.
Yo, en tanto, me concentro en el vaso esperando la
atención.
Me concentro en el silencio del vaso, por supuesto.
Tras hora y veinte pasa un funcionario que ni
siquiera saluda.
-Yo no soy un vaso –le digo.
-¿Cómo? –dice él.
-Que yo no soy un vaso de esos –repito apuntando la
revista-. Yo hago ruido… tengo derecho al menos a eso, supongo…
-Eh… claro… -señala, algo confuso.
-Derecho al grito, me refiero… -digo ahora alzando
la voz-. A gritar antes de morir… o al astillarme…
Llega entonces otro funcionario.
-Esto no está bien –continúo-. Ni para mí, ni para
ustedes, ni para nadie…
-¿Podría decirnos qué desea? –interviene el nuevo
funcionario.
-Podría –digo yo.
Nos quedamos en silencio.
Ellos hablan entre sí y me dicen que espere, que el
documento que había solicitado está casi listo.
Yo asiento.
Mientras espero, nuevamente, una funcionaria me
trae un vaso con agua.
Me gustaría narrar un final heroico a partir de
vaso que me entregaron, pero lo cierto es que era plástico, desechable.
Cinco minutos después, el primer funcionario me entrega
el documento solicitado.
Lo recibo, lo guardo y bebo el agua lentamente.
Me despido de los funcionarios.
Me voy del lugar.
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