Todos me advierten que no lo tome en serio.
No lo escuches mucho, me dicen.
Es buen tipo, pero la cabeza le anda mal.
Entonces, con cierto cuidado, yo lo observo.
Está cerca del lago, mirando al cielo.
Me acerco unos pasos. Lo saludo.
¿Ves esa paloma?, me dice. Yo la entrené, está llevando un mensaje.
Es un loro, le digo. Un loro tricahue, parece.
Él se calla por un momento.
Cuando las entrenas son palomas,
explica. Los loros no sirven para llevar
mensajes.
Yo asiento.
Esa de allá también es de mis
palomas… y esa otra también, más chica, agrega.
Yo observo un zorzal y una especie de gorrión verde.
¿Todas llevan mensajes?, le
pregunto.
Todas. Responde. Siempre.
Vemos pasar otros pájaros.
Palomas mensajeras, diría él.
¿Y dónde llevan el mensaje?,
pregunto.
A todos lados… no hay
destinatario específico, señala.
Yo me refería a dónde llevan
ellas el mensaje, aclaro. Dónde lo
portan… ¿Amarrado en una pata…?
En todo el cuerpo, dice él. Pero no amarrado.
Yo lo miro sin entender.
Ellas son el mensaje, agrega.
Vuelan, se llevan a sí mismas… te
muestran el mensaje…
¿El mensaje que son ellas
mismas?, pregunto.
Exacto, contesta.
El mensaje que son ellas mismas.
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