martes, 20 de julio de 2021

Una secuencia.


I.
La realidad del cuerpo como una enfermedad. O como un síntoma, más bien, de esa misma enfermedad. Ser conscientes del cuerpo, me refiero. Reconocer sus partes, sus órganos, la piel incluso. Percibir el cuerpo es escindirse. Distanciarse del cuerpo, si se quiere. Una autopsia en vida. He ahí la enfermedad.

II.
No percibo el cuerpo desde el cuerpo. No lo habito. No soy, en él. Si me roban el cuerpo no me roban nada. Si me llevan la piel, los órganos o hasta los huesos, sigo siendo yo. Suena a condena, mi estado, porque es inevitable, pero no es una condena. La parte de la piedra que está en contacto con la tierra, permanece viva.

III.
Desde donde estás, entonces, decides nombrar cosas. Los agujeros de tu habitación, por ejemplo, aunque no me parece buena idea. Y es que ni siquiera sé a qué te refieres cuando hablas de esos agujeros. De hecho, yo no encuentro agujeros cuando observo tu habitación. Solo nombres, más bien, buscando agujeros, para aferrarse a algo. Eso y nombres haciendo agujeros, incluso, para tener una referencia exacta. Un sitio. Nombres cavando, en definitiva, cada una de sus pequeñas tumbas.

IV.
La realidad del cuerpo como una enfermedad, decía en un inicio. Una enfermedad que es al mismo tiempo una casa vacía. Si el lector lo desea puede pararse y mirar dentro. Esa es la secuencia que propongo. Ni tú ni yo podemos saber más.

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