jueves, 29 de julio de 2021

Zombie come zombie.


Veo una película de zombies.

Una película extraña, por cierto.

Ambientada en un futuro en el que todo es ruina.

Calles desiertas, llenas de grietas.

Vegetación crecida.

Ciudades destruidas y abandonadas.

No hay humanos en la película.

Simplemente zombies contra zombies.

Esa es la película, en resumen.

Maquillaje precario.

Sin protagonistas definidos.

Escasos efectos especiales.

Así, carente de diálogos y de música, todo en el film se reduce a acciones.

Acciones básicas, en este caso.

Zombies caminando y atacándose entre ellos.

Comiéndose su propia carne incluso, cuando quedan atrapados en lugares solitarios.

Ciento diez minutos de metraje en que observamos algo así como un fin.

Algo cercano a la idea de extinción, que algunos tienen en mente.

Y es que tampoco se ven animales, a lo largo de la historia.

Un par de ratones, simplemente, en una escena.

Y unas pocas aves carroñeras que bajan a picotear de vez en cuando.

Todo es oscuro y lento en la película.

Aparentemente en tiempo real, aunque no hay cómo asegurarlo.

La cámara va así de un lado a otro casi al ritmo de los propios zombies.

Se mueve de esa forma hasta que llega la noche.

Así, ya a oscuras, la lluvia cae sobre dos zombies que se atacan mutuamente.

Arrojados en el piso, en medio del lodo ambos comen el uno del otro.

Ambos mastican y se retuercen hasta que poco a poco se quedan quietos.

Y la cámara justo entonces deja de moverse, como si el mundo, sin saberlo, hubiese muerto.

Zombie come zombie.

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